viernes, 27 de abril de 2012

FALLO DEL I CONCURSO DE RELATOS HIPERBREVES VILLA DE EL SAUZAL 2012

El día 25 de Abril, a las 18.00 Hrs. se reunió el jurado encargado de fallar los premios de este primer certamen de narrativa.

El jurado calificador se constituyó con las siguientes personas:
Candelaria Izquierdo Torres – Concejala de Cultura Ayto. de El Sauzal
Raul Sánchez Quiles  - Periodista y responsable del Blog Hiperbreves S.A.
Mª José Afonso - Responsable Biblioteca Pública Municipal de El Sauzal
Esther González Rodríguez - Informática del Ayto. de El Sauzal
Alberto Omar Walls – Escritor, Director teatral y Profesor Universitario

Una vez leídos y valorados los diferentes trabajos presentados a esta primera edición, el jurado emitió el siguiente fallo:

En la categoría JUVENIL  Trabajos presentados por autores con edad no superior a 18 años.
1º PREMIO para Mª JESÚS SÁNCHEZ GRANADOS, por su relato titulado AQUELLOS AÑOS DE GLORIA
2º  PREMIO para  ÁSTRID TRAVIESO CABRERA, por su relato titulado “LA ISLA QUE NUNCA EXISTIÓ

Igualmente en la categoría ADULTA, trabajos presentados por autores con edad superior a 18 años:
1º PREMIO para GUSTAVO EDUARDO GREEN. Por su relato titulado DESTINOS INCIERTOS
2º PREMIO para JOSÉ LUIS GOTOR TRILLO . Por su relato titulado AÚN VIVOS"

De igual manera, el jurado quiere hacer una mención especial a los siguientes autores y relatos al haber llegado como FINALISTAS al mismo:
JAVIER RAMOS DE LOS SANTOS, por su relato titulado CAPAS
MARCOS PÉREZ HERNÁNDEZ, por su relato titulado “VISITA DE COMPROMISO
TAIDA MARTÍN SANTOS, por su relato titulado SUEÑOS SON

El Ayuntamiento de El Sauzal, quiere agradecer a todos los autores y destacar la alta participación, casi un centenar de títulos presentados, con orígenes tan diversos como Argentina, Chile, México, Colombia y casi una decena de ciudades españolas. La participación de autores con residencia en Canarias y especialmente de la isla de Tenerife nos satisface enormemente y nos estimula a continuar con esta iniciativa en próximas ediciones. Sólo nos resta invitarles a entrar en el Blog creado expresamente para este concurso http://relatohiperbreve.blogspot.com/ y disfrutar de todos y cada uno de los relatos presentados.

viernes, 20 de abril de 2012

Recuerdos

Recuerdo mi niñez. Mi único objetivo a lo largo del día era jugar y ser feliz. Imaginaba que mi vida transcurriría siempre así, jugando. Había un inmenso jardín abandonado cerca de casa, poblado de flores silvestres que crecían sin ley y libres contra el viento, que le daban un aspecto maravilloso y singular a aquel lugar. Lo llamamos “El Jardín Encantado”, porque guardaría siempre la magia de nuestros juegos. Éramos niños con mucha inteligencia emocional. Un juego en especial marcó posteriormente el camino de nuestras vidas. Escondíamos cajitas de cerillas bajo la flor que más nos gustaba e introducíamos un papelito en el que escribíamos nombres de algún sentimiento (alegría, amor, tristeza, odio, esperanza, etc…). Un día señalado de cada mes, desenterrábamos al azar una cajita y hacíamos un juramento. Si el sentimiento era positivo, lo mantendríamos vivo durante nuestra existencia y si era negativo devolvíamos la cajita a la tierra para siempre en un lugar donde no creciera ninguna planta. Solo queríamos una vida futura plagada de cosas gratas e interesantes.

Recuerdo como la niñez dio paso a la juventud. Muchas veces me preguntaba con cierta nostalgia: ¿Cómo había sucedido? ¿En qué momento dejé de ser niña para convertirme en mujer? Pero siempre acudían a mi mente las cajitas de sentimientos que me daban la fuerza para asumir esa etapa nueva en la vida. Me convertí en una adulta llena de sueños e ilusiones, de ambiciones y aventuras y siempre con la firme convicción que me acompañaba desde mi infancia, la actitud optimista y la buena predisposición ante las adversidades de la vida. 

Hoy disfruto de la tercera juventud, la vejez, y doy gracias por esos recuerdos que han trazado la ruta seguida en mi largo caminar. Hoy presumo de mis cabellos plateados y de mis arrugas que señalan cada momento vivido intensamente. Siento que mi barco ahora navega tranquilo y sosegado y sé más que nunca, que soy rica en cajitas de cerillas llenas de sentimientos positivos...

jueves, 19 de abril de 2012

La fantasma

La puerta se abrió el fantasma apareció delante de ella, estaba cubierto de un blanco
transparente ese que hacia pensar en la muerte.
Lo miro de cerca, le susurraba pequeñas cosas al oído.
De pronto le toco la mano, sintió una descarga desgarradora sobre el cuerpo.
Sintió un frío espeluznante que le cubrió todo el alma.
Se sentía muerta, profundamente cadavérica. Su carne comenzó a caer de pedazos quedando
puro hueso.¿Qué le pasaba estaba todavía viva?¿No lo sabia?¿Y si el especto era ella
misma?
Volvió a recordar y entonces vio el brazo que conocía, la pierna que movilizaba a veces, el
reloj que llevaba en la muñeca, el lunar en la cabeza y el cabello desaliñado y viejo.
¡Era ella! estaba muerta.

miércoles, 18 de abril de 2012

La pastorcita mentirosa

Allá ustedes si persisten en encerrarme, humillarme, doparme, considerarme un bicho peligroso y traerme matasanos y psiquiatras para desollarme y dizque quitarme mis fantasías y mis disparates esquizofrénicos, en lugar de detenerse a pensar un segundo, mirar las cosas con beneficio de inventario, sopesar el fondo y el trasfondo de mi polvo divinal y de mi condición de vidente y confidente de señoronas de mucha prestancia y significancia a las que ustedes jamás se acercarán ni siquiera para quitarles el polvo de los zapatos, allá ustedes si no me toman en serio, no me permiten platicar un rato con un experto en geografía o no me facilitan un mapamundi actualizado y un GPS de última generación para que pueda indicarles con pelos, mojones y señales en donde buscar refugio seguro en el subsuelo para ustedes y los que ustedes se empeñen en salvar, ese no es asunto mío, antes de que se arme la tracamunda, el puto colofón al que el libro de la revelación llamó pomposamente el Armagedón, y todos estos pueblos altivos y pecadores se desmoronen como merengues.

Ya que se niegan a entrar en razón, a no dar crédito a mi verdad revelada les voy a pedir un favor: que le espulguen la cholla a otra paciente más paciente, que dejen de joderme y estropearme el magma invisible que recubre mi aura, el cual me permitirá resistir sin temor los rigores del Apocalipsis y que, cuando se marchen, cierren con llave la puerta de mi habitación. Cero y van seis duendes que, aprovechando la coyuntura del portón no trancado, se cuelan de rondón en esta celda y se empeñan en redimir y aliviar mi soledad. Si vuelve a suceder, si otro gnomo de esos se suma a la lista de pretendientes no tendré más remedio que evaporarme entre mis sábanas en procura de la libertad temporal de la quinta dimensión aun a costa de mi condenación eterna. Prefiero esa solución. Si no lo hago en este pueblo no faltará el chistosín que, valiéndose de la ocasión, comience a motejarme de Blancanieves y un insulto de ese jaez no lo soportaría. Prefiero mil veces seguir siendo llamada la pastorcita mentirosa.

Volando juntos

“Madre Pepa”

 -Cuando estoy contigo, siento como si estuviera volando –declaró él, ebrio de amor.

 -¿Estás seguro? –preguntó retóricamente ella mientras desplegaba las alas y le hacía un gesto inequívoco al hombre para que se acercara.

 Durante los siguientes cincuenta años, en tanto las alas no se quebraron, siempre volaron juntos.

 Hoy, ya octogenarios, caminan uno al lado del otro, apoyados en sendas muletas.

FINALISTA: Visita de compromiso (Categoría Adulta)

Ha vuelto y se instaló en mi dormitorio sin siquiera pedir permiso. Como solía hacer antaño. De madrugada y sin avisar. Con nocturnidad y alevosía. Qué caradura. No ha respetado el tálamo nupcial y su presencia silente pero notoria ha incomodado a mi esposa. Entendí que los tres no podíamos compartir el mismo espacio sin que surgiera una disputa conyugal. No me quedó más remedio que abandonar el aposento en un gesto de claudicación desteñido de la más mínima dignidad. Quédate con ella o acompáñame, haz lo que quieras, mascullé para mis adentros pero con la intención de que me escucharan. Ignoro lo que ha decidido. Supongo que siendo varón preferirá quedarse en el cuarto con mi esposa por pura galantería o por sórdida lascivia. Se va a llevar un chasco. Sinceramente, no creo que ella le haga caso. Y no por una ciega confianza en su virtud y fidelidad marital, sino por el conocimiento fehaciente que aporta la convivencia. Ella continuará durmiendo, dándole la espalda, ajena a sus argucias que tanto efecto logran en mí, hasta que él se aburra y sintiéndose despreciado se mande a mudar. Quizás vuelva a dar conmigo, a vengarse de mi feble y mórbida constitución psicológica. El caso es que llevaba tiempo sin ser torturado a horas intempestivas. Ingenuo, me atreví a pensar que se había olvidado de mí. Que tras mi boda y correspondiente cambio de estado civil, decidiría buscar presa en individuos solitarios. Solteros, viudos o divorciados, me daba igual. Creí que ya podría dormir tranquilo y olvidarme de él y sus antiguas molestias nocturnas. Pero se ve que no. Que el insomnio siempre me acompañará, despertándome de madrugada.

Un latido brillante

Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando. Rabindranath Tagore.

El artesano quiere mostrar su amor. Sentado sobre tejas frías mira en lontananza cómo el amanecer entra en el pueblo con esa luz embelesadora y trémula de belleza inigualable. Ve la Plaza de la Iglesia con su torre agujereando el cielo, el Castillo erguido en lo alto de la loma, la fuente chorreando..., no tiene tantos ojos para abarcarlo todo. Aspira hondo, quiere beberse el oxígeno rural, por qué no el del mundo entero. Huele a romero, a lentisco, a jara, también a río. Suenan tímidas las campanas volteadas de la torre parroquial, ¿acaso doblan por él? No se extrañen. Tiene un escalofrío que se detiene en la muralla de las cervicales. El artesano sabe de la incipiente viudez de la Juana, y quiere deslumbrarla. Silencioso, baja al taller, y al torno doma el cieno. Suda. Balbucea palabras ininteligibles en sus labios cuarteados, ¿es un bisbiseo lánguido o es una oración humilde? Desde esta distancia que observamos no podríamos decantarnos. Salta un poco de arcilla sobre las arrugas de su rostro, sobre los ojos, en las pestañas, no es nada, no se asusten, son unas cuantas briznas, insignificantes, no se quedará por eso ciego. Le brillan las pupilas, no es normal a su edad esa ilusión desbocada, hay desmesura, ¿pero qué es sino el amor?  Ya juzgaremos, si es que podemos meter cuchara en el amor de otros. Sonríe torcidamente, amagada está una bondad candorosa, seguramente esconde mucho más... Pisando el pedal hunde las manos mojadas en la arcilla húmeda, reblandecida, ahí está. Modela un corazón perfecto dejando hueco su interior. Sin limpiarse las manos se arranca de cuajo el suyo propio, lo introduce dentro del de barro, pone entrambos algo y lo cubre con más fango. Barroco, tapa el agujero en medio de su pecho con la artesanía y se coloca de nuevo el traje/mortaja con la camisa a medio abotonar. Cuando Juana abra el féretro, verá el corazón de barro reciente y cómo, con un postrer latido, el suyo, sobresaldrá visceral y apasionado, del cieno fresco, un diamante engarzado en un anillo.

El mago y el camino

Un mago vaga solo por un monte de palabras que nacen una y otra vez sobre
el mismo camino que no lleva a ningún lugar.
El mago mira a su alrededor y solo ve palomas ciegas, plumas que viajan en el
viento y caen presurosas en un mar de hojas secas.
Con sus manos abre el aire haciendo la señal del crepúsculo sobre su pecho.
Pese al tiempo, nunca mira atrás, nunca pierde de vista la luz que lo guía
desde la otra punta del camino.
Lleva en sus manos un reloj de arena multiplicado por millones y un apequeña
pero filosa espada.
Todos los días uno de sus tantos relojes de arena se acaba, entonces el mago
con precisión corta el hilo que lo sujeta a su mano, el reloj cae haciéndose
pedazos.
El viento recoge uno por unos los restos.
El mago besa sus manos y nace otro reloj completamente diferente al anterior.
Hasta que la luz del otro lado se apaga y por fin descansa entre el polvo y las
rocas.
Mas tarde la luz se enciende y el mago se pone otra vez de pie, repite su
nombre tres veces y sigue,
Recogiendo colores, miradas, juegos y miles, millones de cosas de los árboles.
El mago guarda en su morral todo lo que puede y sigue despacio.
Mientras un pájaro desde lo alto lo llama por su nombre para que siga:
“…memoria, memoria…” 
                                                 ****

Segunda mano

Me caí de “Cien años de soledad” entre tachaduras del esquema para comprender el libro; cuándo tropecé con Don Quijote, que estaba a punto de romperse la crisma avalanzándose contra las aspas de los molinos. Se nos unió uno de los negritos de Agata Christie que sospechaba ya quién era el asesino. Encontramos a la boa del Principito y al médico de Noah Gordon aprendiendo a colocarse el turbante en la cabeza. Todos estábamos igual de extraviados, al amparo del capricho de una pluma que juntaba palabras, daba órdenes y nos imponía una vida que no siempre nos gustaba. Los Armando Buendía a mí me parecían aburridos. Me colé en los Diez Negritos, la boa fue a parar a los cien años de soledad, el médico al Quijote…
Ahora, somos ejemplares únicos pero con la crisis nos revenden en segunda mano a precio de ganga. No creían que por dentro estuviéramos vivos hasta que empezaron las reclamaciones. Entre las causas aducidas no se definen si somos defectuosos, no cumplimos las expectativas de lo deseado o no nos dejamos leer.
Al “desván de los personajes extraviados” también ha llegado la tijera y, al hacer horas extras para sacar los libros adelante, el placer de la lectura se convierte en una aventura tan extraña, que no pocos terminan tumbados en el diván, contándole al psiquiatra que “anoche, mientras leía, tuve al Quijote empinando el codo en mi salón” “Compré el libro usado”. El diagnóstico es siempre el mismo: enajenación mental transitoria.
Menos mal que a nosotros no nos acusan de doble personalidad. Las tapas son como la cabeza, dentro puede pasar de todo.

¡Salvad a los clásicos!

El Tirano había despegado y desde la estratosfera daba órdenes vía satélite a sus soldados regodeándose de sus obscenos comentarios. Veleidoso, deseaba ver el efecto óptico. Mandó saquear las bibliotecas de Nueva York: todos los libros de Poesía de Walt Whiltman, y con ellos empezó un singular empedrado de calles y avenidas, al principio… en especial la Quinta Avenida.
Es una obviedad decir que si los Gobernantes no cuidan los libros, que no harán con sus gentes… Al ver que aquel “asfalto” era insuficiente, el Tirano Embrutecido –visto como un genérico- dispuso que los soldados desmantelaran de las bibliotecas americanas todos los libros de Poesía, daba igual ya el autor. Desde la ingravidez vio embaldosados los distintos estados norteamericanos: un tétrico mosaico de hojas otoñales, sembrado con las costuras del odio. América pues, “poéticamente” empapelada. Con las Novelas cimentó Europa y Asia. Con los Ensayos y las Obras de Teatro, los Polos. Con las Enciclopedias, África. Con los Relatos, Oceanía, enterrando los sobrantes en el mar. Con los Microrrelatos, Cuba, aprovechando que su líder estaba en ciernes. Los soldados pisoteaban con sus botas a William Shakespeare, Antón Chéjov, Charles Baudelaire, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda… La Tierra perdió sus árboles, su flora, su fauna, su esperanza de futuro, convirtiéndose en un ignominioso desierto pangeático de hojas rotas, maceradas, laceradas, demacradas, ultrajadas, humilladas, aplastadas, prensadas; en un planeta inhabitable...

Menos mal que en Titán había condiciones atmosféricas similares a las del planeta azul, y tenían la tecnología, y fletaron vuelos humanitarios de salvación. Esperaban también al Tirano para que rindiera cuentas, para que la Justicia se arrancara la venda de los ojos y dejara de ser ciega, y sorda y muda, abandonando ya de una vez  por todas la trombosis paralizante en la que estaba inmersa. Menos mal que en Titán mimaban la cultura con inteligencia emocional y tenían una copia de seguridad de los Clásicos de la Literatura… Universal.

En camino de piedras pueden crecer rosas

Era casi finales del dos mil dos, estaba a punto de cumplir diecisiete años, una de
las etapas más bonitas para los jóvenes, desgraciadamente ese ¡no era mi caso!.
Para mí, la vida consistía en buscar el amor para formar un hogar y ser feliz, pero no
tenía mucha suerte, me sentía desvalorada queriéndome muy poco.
El veinticinco de Noviembre de dos mil dos mi suerte cambió, comencé una relación
con un chico que creía ideal para mí.
Los seis primeros meses fueron perfectos, parecía estar viviendo en un cuento de hadas,
por fin había hecho mi sueño realidad, pero duró muy poco.
A los siete meses de haber empezado, él aprobó el carné de conducir, cambiando
muchísimo la situación por tener coche y sumándole la mala influencia de las
personas que frecuentaba. Por el gran amor que sentía por él aguanté todo lo que pude,
convirtiendo ese sueño de amor en una auténtica pesadilla.
El treinta y uno de Diciembre de dos mil cinco con tan solo veinte añitos me quedé
embarazada, y por gracia o por desgracia, llegando la noticia de mi embarazo,
marchándose de mi vida, sin querer saber nada de lo que llevaba en mi vientre.
Un quince de Septiembre de dos mil seis, pese a pasar por el embarazo sola, nace un ser
maravilloso el cual adoro, mi hijo Adrián, que volvería a pasar por ello mil veces más.
Lo pasé muy mal durante muchos años, me dolía que mi hijo no tuviera al padre a su
lado, pero por mi hijo seguí adelante y luché contra todo, intentando ser mejor
persona y sobre todo una gran madre.
Después de ocho años, en el dos mil diez, conocí a alguien que realmente es digno
de mi amor, que con tan sólo diecinueve años quiso ser padre, novio, amigo y
confidente, plantando rosas en mi camino de piedras.
!Hoy soy feliz!, y tal como me pasó a mí, aconsejo a tod@s que no se rindan jamás ante
cualquier obstáculo, porque en camino de piedras pueden crecer rosas.

Amor en la distancia

Hoy es un día vacío de primavera, en el que esta amarga soledad me invade y me absorbe hasta el fondo de un profundo mar de agonía y desesperación. Me siento sola sin la luz de mi alma, aquel que me ama y me apoya y al que amo más que a nada en el mundo, en la distancia más sincera que pueda existir. Hoy siento que si no estoy a su lado, mis pies se hunden poco a poco en un laberinto angustia del que desearía poder escapar tan solo con un leve soplo del alba, pero que por poder salir, podría hacer hasta lo imposible.
Hoy y todos los días de mi vida, lucharé por seguir adelante y por poder llegar a tocar la Luna tan solo con un breve respiro, por derramar lágrimas cristalinas de alegría y borrar con ello las penas y tristezas de mi alma; pero siento que el viento sopla en mi contra, intentando arrancarme las fuerzas de mi cuerpo, dejándome sin respiro.
Hoy, solo espero que la suerte me tome de la mano, que me ayude a luchar y me de esperanzas para no caer. Los lazos de mi amor nunca se romperán pero el destino es cruel y a la vez tan dulce, que se aprovecha de las situaciones y hace más difícil el camino.
Y aquí estoy, esperando el paso del tiempo mientras mi corazón late intensamente en un rincón de mi cuerpo, vacío, hasta que su amor por mi lo llene y mantenga a flote.

La silla

Hoy, me volvió a decir lo mismo. Necesito aire, necesito ser yo. Ya no se qué hacer para que se sienta feliz.  Podemos salir a pasear, ir al cine, tomar el sol, pero nada es suficiente para él. Quiero estar solo, hacer las cosas por mí mismo, ser capaz de vivir sin ti. Me duelen sus palabras, porqué no me deja ayudarlo, es lo que quiero, a mi no me importa.

Hoy le he convencido para ir a ver el atardecer a Rojas, me ha dicho que si. Es un paso más, parece que su ánimo está mejor, puede ser un día especial. Hemos hablado, reído, incluso hemos sido capaces de olvidarnos por un momento del resto del mundo, pero sé que otra vez llegará la noche, la soledad, lo negro.

Pienso y le doy vueltas a la cabeza para que hoy sea un día maravilloso otra vez, pero hoy no, no quiere levantarse de la cama, ha vuelto  la oscuridad. Hasta cuando puedo aguantar, tengo miedo de flaquear y entrar también yo, en ese túnel de tristeza, inseguridad, de olvido.

Oigo un ruido en el pasillo, corro a su encuentro y lo veo allí, en el suelo gritando, llorando, retorcido de dolor. Porqué me ha pasado esto a mí, yo no he hecho nada malo, porque me ha tocado a mí, porque. Todo se vuelve llantos, un mar de angustia que rodea todo a nuestro alrededor. Nos abrazamos en el suelo y permanecemos allí un largo rato, tanto, que el tiempo parece que se ha parado y por un momento me imagino corriendo por una playa azul, con arena blanca y una luz especial, simplemente viviendo. ¿Qué estará pensando él? Nunca lo sabré.

Otra vez, me hay que levantarse y seguir adelante, todo menos quedarse quieto, lucharemos juntos a pesar de todo, no quiero dejar que pase la vida por delante  de mis ojos  y no vivirla. Estamos vivos y eso es lo más importante.
Hoy se ha roto la SILLA DE RUEDAS, hay que ir al taller.

Paradoja

Víspera de Nochebuena. Leandro Perdomo regresa a su cubil junto al acceso de
carga de unos grandes almacenes. Tan pronto dobla la última esquina, descubre que otro
sintecho
saco de dormir, justo encima de su añorada cama de cartones. Leandro echa a correr.
Maldiciendo, blandiendo bien alto un tazón de caldo medio vacío, dejará patente que va
a reclamar sus propiedades incluso recurriendo a la más primitiva de las violencias.

Los gritos alarmarán al intruso. Se despierta. Contempla aterrado a aquel orate
que (no cabe duda) pretende matarlo.

Leandro distingue entonces un rostro: Carmelo, el director de la oficina bancaria
de su barrio... Hipoteca... La causa primigenia de que se encuentre en la calle, repudiado
por su familia, sucio y maldito para siempre. Se detiene. Hace descender el tazón. No
pude contener el pensamiento que brota de sus labios: «
le ha quitado el sitio; aún peor: que se cobija del frío madrileño con su propioPuta Justicia; aún existes».

Ortigas en el alma

Veo pasar la vida entre cristales empañados. El espejo, dueño de mi tristeza y
testigo mudo de interminables silencios, calla y oculta este moribundo naufragio.
       
Mi amor es un trozo de hielo que se derrite en mitad del océano, se consume y
adelgaza sin alimento alguno. Recuerdo con añoranza, tus manos repletas de caricias,
flores y alas. Ahora convertidas en anzuelos, dardos y lanzas. Me pregunto donde se
esconde la ternura de tus labios, la calidez de tu mirada y la dulzura de tu voz.
       
Ha pasado el tiempo y los campos de mis sueños se han secado, ya no existe fruto
que recoger. El rencor y la decepción avanzan imparables en la trinchera que has
levantado entre tú y yo. Necesito escaparme de la isla en la que vivo asfixiada, de la
zanja sin salida que has marcado. Hace muchos veranos que duerme el granizo en mi
cama. Siento crecer ortigas por todos los rincones de mi existencia. Ya no recuerdo el
último abrazo que me distes, solo me consuela el hastío, congelándome el corazón.
       
He perdido el miedo a tus amenazas, a tus gritos. Me hago fuerte en la poca estima
que aún me queda, la que tú me has dejado. Cada vez que levantas la voz, una niebla
espesa se adueña del cariño. Cada vez que levantas la mano, deshojas pétalos al espíritu.
La soledad contempla burlona mi estéril viaje.

Olvido de Dios

Dios creador sabe a ciencia cierta que ha diseñado varios millones de galaxias en el Universo. Estaba Él en una de ellas con una Vista Oral de lo más absurda y tras el sobreseimiento express hace una personación rápida en la Vía Láctea con ese juguetito que se ha inventado llamado teletransportación, llegando concretamente, en un santiamén, al Paraíso, a la Plaza Cataluña que todavía no lo era, palabra de Dios, te alabamos. Para discernir mejor lo que pasa Dios coloca un triángulo delante de un ojo azul celestial que hará de objetivo, zoom o lupa, los profanos no sabemos tanto y debemos dudar, especialmente si la vista no nos acompaña. Reflejado en un lago el amigo Se gusta. Piensa que esa señal, símbolo o icono debería quedar para los anales en futuros libros de religión. Seguramente… “Amén”. Sus elucubraciones se desvanecen cuando hacen acto de asistencia en el Edén –aproximadamente donde ahora está la puerta de entrada principal del Corte Inglés- la parejita. “Esto se caldea”, Se dice apretando varias nubes para espiarlos tras ellas. Adán pierde la hoja de parra y al ver los pechitos de Eva con esos garbancitos de pezones brotando deliciosamente, envía involuntariamente su sangre a un lugar común, que se yergue divino apuntando al cielo como un arco-iglesia, pero no sabe cómo maniobrar. Ella tampoco. Hostia, exclama Dios, con razón esto no avanza: se me olvidó el diseño para Eva de una vagina. Y en eso estuvo distraído más de una semana… más, incluso, que en la Creación del Universo.

Microrrelatos inoportunos

Al salir del hospital me ha entrado la prisa, tenía que salir por la rotonda que está dando la vuelta, en vez de eso, he enfilado el coche en dirección contraria, he pisado la raya amarilla, me han pitado, pero ya está. He dado la vuelta rápido que es de lo que se trataba. Entonces los vi, en el coche conocido. El color azul que destelleaba bajo es sol me ha avisado que eran ellos. Las dos cabezas, él al volante, ella al lado. He sentido la inercia de pitar, de que me vieran, de gritarles, ¡estoy aquí!, miradme, soy yo. Pero no lo he hecho, en vez de ello, me he puesto detrás de la carcasa azul, justo detrás. He visto como la cabeza de él, coronada de rizos ralos, se acercaba a la de ella, mientras a sus vez ella volvía el rostro para encontrar su boca, se besaban, he vista la sonrisa tierna y deseosa del hombre de los rizos. Mientras el sol desteñía el azul del coche, mientras yo contemplaba la escena. No recuerdo como, pero he envestido el azul metálico de la carrocería. He envestido al coche, que tenía delante; he arrollado la sonrisa de los dos. Porque ella me pertenece, sus sonrisas son mías. Y el sol me hacía daño en los ojos.

Mi dulce esposa

Un repentino impulso: Miriam arruga el formulario donde acaba de estampar un
garabato ilegible.
-¡Oiga! ¿Qué demonios hace con la denuncia? –Le reprocha atónito un agente.
En la comisaría del barrio huele mal, el suelo está sucio y el calor es asfixiante.
Aun así resulta obvio que la mujer ha comenzado a temblar.
-Señora –el mismo policía-, ¿se encuentra bien?... ¿Quiere un vaso de agua
fresca?
Miriam no responde. Seguirá observando la bola de papel, al tiempo que su mente
torturada divaga por los pegajosos hilos del recuerdo. Apenas transcurre un minuto
cuando apura sus últimas fuerzas para susurrar:
-Acabo de mentirles. Mi esposo no ha desaparecido: yo misma lo maté anoche... y
a continuación troceé su cadáver. -Rubricará tan macabra confesión con un rotundo-:
Tenga las llaves. Lo encontrarán en varios paquetes en el congelador de nuestro garaje.
EPÍLOGO
con el monótono girar de sus aspas asesinas. Te amaré siempre, Miriam.
: Mientras tanto, un viejo ventilador desmenuza el silencio del ambiente

Mañana volvemos

Se lo enseñaron en la escuela: Las líneas paralelas son aquellas que, por mucho que se prolonguen, nunca se llegan a encontrar.

Estaba sentada en un banco de la estación del tren. Esperaba como cada día desde hacía cuarenta años. Había cambiado mucho la estación; los trenes, la decoración, la vestimenta de los pasajeros, el equipaje... Lo que permanecía igual era su promesa. Inalterable, intacta, esperanzadora.

Estaba sentada en el mismo lugar, pero en distinto asiento. Aquel banco antiguo de madera ya descolorida por el paso del tiempo, lo habían cambiado por otro más moderno, más frío, más impersonal.  El otro, testigo de la despedida más dolorosa, la despedida de las promesas incumplidas, la de los adioses interminables, la de “El tiempo pasa enseguida,  ya verás.” “Espérame, no me olvides” y éste, el de la espera. El de la mirada perdida en las vías, el de la esperanza…

Ella se había quedado sola aquel día; las promesas de él aún le quemaban en su boca, en su cuello, en su vientre… en su alma. Y se quedó mirando el tren que, despacio, se alejaba irremediablemente. Un grito desesperado salió de su garganta, pero el nombre de él se perdió entre los humos negros que auguraban distancias.

Miraba las vías rectas, largas, prolongándose más y más en la lejanía. Tan inalcanzables como su amor perdido; prolongándose en el tiempo.

Unas manos  le ayudaron a levantarse.

-Vamos mamá, mañana volvemos.  Quizá mañana…quien sabe. ¡A lo mejor!

Los cinco burros

Le decía esta mañana a mi nieta, de apenas unos cuatro añitos de edad, que cierta vez me mandó mi papá a buscar los burros a los potreros de los Algarrobos.
Apenas entré, encontré el primero. Eran cinco en total. Continué en busca de los demás. Los reuní a todos, pero apenas contaba cuatro. Seguía buscando, buscaba y contaba y siempre los cuatro. Al final resultó que no metía el que  yo estaba montando.
Mi nieta se echó a reír y dice: Caramba abuelito, parece que en total eran seis los burros.

La toalla y el sujetador

Al salir de la ducha me di cuenta que mi toalla estaba liada con el sujetador. Un hilo suelto de aquella estaba pegado al velcro de éste. Parecían felices. Mi mujer suele colocarlo en el pomo de la puerta, y yo en un gancho cercano. Me imaginé cuántas veces cuando salíamos del baño las dos prendas intentaban unirse ayudándose del balanceo de la puerta al abrirse y cerrarse. Seguramente, mi mujer,  al salir hace unos minutos, hizo que se encontraran. Sin embargo, era una relación al límite, pues la distancia hacía que fuera una situación tensa. Parecía que en cualquier momento se iban a separar. Yo, empapado, observaba esa historia de amor, sin atreverme a secarme en contra del amor.

La soledad de Ligia

Ligia regresa exhausta. Al franquear la recia puerta labrada, murmura que mataría por
un baño de espuma, un masaje y una copa de vino blanco. Se alarma cuando tan solo la
oscuridad y un silencio premonitorio salen a su encuentro. Por tal motivo, recorrerá el pasillo
a la carrera. Ya en el dormitorio, Ligia descubre la nota manuscrita que reposa huérfana sobre
la colcha:

«Te dejo. No soporto más los besos con sabor ajeno y esa chispa de remordimiento que
detecto en tu mirada. Hasta hoy eran sospechas. Pero cuando me hacías el amor esta
mañana, y yo te dejaba hacer excitándome como siempre con el reflejo de nuestra unión en el
espejo de pie, créeme Ligia, vi el rostro de ese otro tipo con quien compartes la vida. Estaba
allí, observándonos, riéndose triunfal mientras apoyaba la barbilla sobre tu hombro. El
espejo no miente, querida. Se limita a reflejar la realidad por inconveniente u oculta que sea.
Te ruego que no lo pagues con él. Por favor, no hagas añicos nuestro pasado. Hasta siempre
y suerte. Andrés.»

Las manos de la mujer rasgan súbitamente el pedazo de caligrafía. Lamenta no haberse
deshecho a tiempo de ese chivato con brazos de balaustre y cuerpo de azogue añejo (sobre el
que sus ojos comienzan ahora a posarse con verdadera furia). Ligia se pregunta: «¿Qué coño
voy a hacer con el resto de mi vida?»

La primera celda de la colmena

—No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante. —Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café contoneándose mientras sirve a los clientes—. ¿Pero no ve que parece una abeja reina?... Se lo repito, si usted no tomas cartas en el asunto, lo haré yo… ¡semejante escándalo!

Don Camilo no dice nada. Saca una libreta, desenrosca la tapa de su pluma y comienza a escribir con trazo firme, como si en ese preciso instante hubiese recibido un soplo de inspiración divina.

—Es más —continúa doña Régula—, yo diría que tampoco le desagradan las jovencitas… fíjese, fíjese cómo le sonríe a la boba de la hija de Lisarda… en manga corta con el frío que hace. Y qué me dice de su aspecto, con ese trasero que es un peligro público… me refiero a que algún día va a tropezar a alguien y lo va a escaldar… ¿Pero es que se va a limitar a escribir? Estoy harta de decirlo: doña Rosa debe dejar de regentar el café de su fundación.

—¡Doña Rosa, dos copas de ojén!

Doña Rosa se gira, guiña un ojo y al poco se planta frente a la mesa con una botella mediada del licor y dos copas. Mientras les sirve comenta:

—Qué pillín es usted, don Camilo, ¡cómo sabe lo que es bueno!

Doña Régula, lívida, boquea como un pez tropical fuera del acuario.
—Doña Régula, ¿le he dicho alguna vez que yo puedo aspirar una palangana de agua con el esfínter? Se lo recomiendo… es mano de santo contra el estreñimiento crónico.
—Ahí van esas dos copas, parejita…
—¡Por la abeja reina!
—Deje en paz a la realeza, don Camilo, y de brindar brinden por la colmena.
—Pues entonces ¡por la colmena!, y traiga otra copa, por si se anima a brindar con nosotros doña Régula.

La primavera de Ana

Había llegado a la treintena sumergida en el sueño: ¿qué quiero ser de mayor? Pero los jóvenes de su edad se encuentran pagando las consecuencias de un error denominado por unos el “boom de la construcción” y por otros, “los felices años de la derecha española”. Recortes!! Esta era la palabra que escuchaba todos los días. Las protestas se sucedían en todo el mundo. Los denominados “indignados” se hacían un hueco en La Puerta del Sol. Comenzaba una acampada colectiva con un lema común: “Lo llaman Democracia y no lo es” Ninguna comunidad autónoma se quedaba fuera de la ola caótica de las tres erres: Recortes, Reformas y Resignación.

La España de la siesta, la cervecita y la tapa vivía desde 2008 una crisis que había tenido como lugar de origen los grandilocuentes Estados Unidos de Barack Obama.

¿Qué pasaba en la economía mundial?, todo esto le hacía recordar el famoso Crack de Nueva York y al Corralito de Argentina. Recordaba a su abuela, una mujer de 1917, que había vivido tiempos de guerras,  postguerra,  hambres y penas, y todavía así fue capaz de sacar adelante sola a cinco hijos y un marido enfermo por culpa de una guerra civil, que ni el mismo entendía. El miedo la abordaba, más aún cuando escuchaba datos recientes de desahucios, de comedores sociales que daban de comer a personas con perfiles impensables. Las crónicas parecían sacadas de una novela de terror. Ya no era necesario ir a la página de sucesos para leer noticias desagradables, ni mirar las necrológicas para vislumbrar en la cara de algunos la sombra de una muerte anunciada. El nuevo Gobierno imponía sus criterios amarionetados para salir de la crisis basados en recortes aún más severos y los entendidos en economía criticaban las medidas alegando que con este tipo de política no podría haber crecimiento económico.

La primavera de Ana comenzaba, era el momento de luchar por los derechos de todo un pueblo que se veía frente a la amenaza de Goliat. Fue golpeada, pero lo más que le dolía era ver imágenes en color que en otro tiempo eran grises…

Invisible

Es tan increíble lo que me ocurre y voy a contar que comprendo, a priori, que a los miembros del jurado de este concurso (los primeros y tal vez los únicos que lleguen a leerlo) les parezca inverosímil y concluyan que es pura ficción o, simplemente, producto de una mente enajenada.
Al principio creía que la gente iba por la calle tan abstraída, hablando entre ellos, con el móvil pegado a la oreja o con la cabeza gacha, que no podían verme cuando pasaban junto a mí. Las pocas veces que miraban hacia donde me encontraba me daba cuenta que sus miradas estaban vacías. Probé a saludar a todas las personas que pasaban a mi lado sin obtener respuesta alguna llegando al convencimiento de que no podían verme ni oírme ¡porque soy invisible!.
Comprenderán el tremendo shock que supuso darme cuenta de semejante anormalidad pero, superados el miedo y la incredulidad inicial, decidí asumirlo e intento seguir viviendo con ello. Afortunadamente no ocurre siempre. Si me encuentro con algún conocido, entro en el bar en el que tomo café o en el hipermercado donde a veces compro, me vuelvo de nuevo visible y el conocido, el camarero o la cajera me ven y responden a mi saludo, por lo que he llegado a la conclusión que ocurre sólo con desconocidos, siendo así algo más llevadera tan anómala situación.
Creo ser una persona no exenta de raciocinio, me cuesta asimilar que me ocurra algo tan irracional pero no tengo más remedio que admitirlo, entiendo que nadie crea algo tan insólito y piensen que estoy loco, pero sé que no lo estoy. Lo estaría si creyera, siquiera por un momento, que la gente se niegue a verme y saludarme por el hecho de ser pobre, deambular por las calles y vivir en el portal de un local abandonado.
No hace mucho tiempo tenía un trabajo, un hogar y una familia a la que adoraba. Un día, de la noche a la mañana, perdí todo lo que poseía. Pero esa parte de mi vida, dado que me queda menos de una línea para agotar el espacio establecido en este concurso, la contaré en mi próximo relato.

Vivir para contarla

Quería ser escritor pero lo que hacía era más propio de un poeta. Gorka escribía de una manera extraña, plantaba palabras en el pecho de Ainara. Palabras que crecían y  le estorbaban la respiración. Por momentos Ainara sentía como se ahogaba y empezaba a sudar. Gorka la miraba paciente, sin hacer nada. Cuando las gotas de sudor aparecían en el rostro de Ainara él lamía su cuello al encuentro de la caída de cada gota. Una a  una las recogía y guardaba en el cielo de la boca para elaborar la tinta vegetal con la que más tarde volver a plantar palabras en el mismo lugar. Las palabras no solo crecían, algunas también florecían y llenaban sus frutos. Las semillas caían en la carne de Ainara donde germinaban convirtiéndola en un exuberante invernadero. En poco tiempo apenas quedó sitio para  más verde y tuvo que ponerse a escribir para poder dar salida a tanta vegetación. Lo más próximo que tenía era el corazón de Gorka y acuciada por la necesidad allí fue donde empezó a sembrar letra a letra su funesto vergel.  Las palabras crecieron en su corazón como antes habían crecido en el de Ainara, enraizaron en él y su cuerpo se convirtió en una selva tropical. Millones y millones de litros de Oxígeno se liberaban pero Gorka no transpiraba. No podía sudar todo el Oxígeno que aquellas plantas desprendían y acabó envenenándose en él.  Sin sustrato murieron  las plantas que en él habían enraizado y que antes fueron las palabras de Ainara. Después a falta de que alguien las regara murieron todos los ejemplares que abarrotaban el invernadero de ella. Se secaron tallos,  hojas, se marchitaron las flores, de las raíces solo quedó polvo,  la tierra, su carne, se fue agrietando y Ainara terminó por morir.

Maye

Hoy, trato de enlazar las palabras que con lágrimas salen de mi alma, palabras que en
este momento no quisiera ni pensar, palabras que acompañarán con tristeza mi corazón.
Hoy, la nostalgia me visita de nuevo, ya que hace un año que partiste trayendo a mi
memoria recuerdos de una gran mujer, mujer maravillosa, llena de fuerza, llena de
vitalidad.

Hoy, sigo sin hacerme a la idea que te has separado de mí, tengo tanto que decir, pero tu
ausencia enmudece mi voz, cautiva mi pensamiento y sencillamente te quiero.
Abuela, esto te lo quiero decir, que se entere el mundo entero, y sé que me escucharás,
porque no te has ido y nunca te irás, porque estas en cada latido, en cada lágrima, en
cada pensamiento, en cada suspiro, tu esencia sigue conmigo.

Tu recuerdo, tu ejemplo, tu valor y tu esfuerzo han quedado plasmados en mi alma y
tatuado en mi corazón.

Abuela amada, te recordaré cada noche, cada mañana, tu recuerdo, tus besos, tus abrazos
 son un tesoro interminable.

Abuela, mujer admirable, madre ejemplar, orgullo de abuela, no has muerto y nunca lo
 harás, porque no se muere cuando el corazón deja de latir, se muere cuando los
recuerdos dejan de existir y tú siempre vivirás porque los que te quieren de verdad,
siempre en sus recuerdos estarás porque de nuestro lado nunca saldrás.

Te Quiero Maye espero que donde quiera que estés me recuerdes y nunca te olvides de
mí ya que algún día volveremos a reencontrarnos!!!

El regreso

Todos los lunes temprano debía llevarla a la ciudad y de vuelta a la tarde. Con ella iba siempre su tía Mecha o alguna de sus compañeras. No eran tiempos para que una mujer viajara sola, y menos alguien de su posición.

 Apenas intercambian alguna palabra, sólo las imprescindibles entre el chofer y la hija del patrón.  Lentamente, crece en él una atracción por ella. A hurtadillas, la mira fugazmente por el retrovisor. Le obsesiona conocer qué oculta ese vestido. Cuando las miradas se cruzan, cree ver un ruego en esos ojos.
 Esta tarde no hay compañera de viaje. El regreso es tenso, sin palabras. 

 Las últimas casas quedan atrás. Una cuesta, luego el bosquecito. De pronto, ella dice: 

 --Deténgase, Ramón, por favor. 

 Bajan. No hablan, sólo se miran. De pronto, el ansia les estalla adentro. Él la desviste con trabajo, ella mira hacia lo alto. El tiempo se eterniza, hay besos, mil caricias, hay dos que se aman con fervor.

    *   *   *
 Al llegar a destino, ella le dice, mientras desciende:

 --El lunes, como siempre. 

 --Sí, hermana, aquí estaré.

 Del convento salen otras monjas a recibirla.

El fiel amigo

La historia comienza en el barrio marinero de un pueblecito costero. Pippo, como así le llamaban fue un perro vagabundo que se pasaba el dia de un lado para otro buscando comida por las empedradas calles. Laura era hija de un pescador al igual que fue su abuelo y del que heredaron la pequeña barca, con la que su padre salía a pescar. Laura con el tiempo, consiguió adoptar a Pippo, sentía gran cariño por el animal y a su vez éste la correspondía.  Con las primeras luces del alba el padre de Laura se hacía a la mar y el fiel perro como compañía, siendo él el primero en saltar a bordo, zarpaban con el fin de traer la bodega repleta. A la vuelta de una jornada agotadora, Pippo se encaramaba en la proa de la embarcación  y desde lejos sus ojos buscaban la figura de Laura, que como de  costumbre  esperaba, dando saltos en señal  de bienvenida, éste la correspondía moviendo su cola y ladrando.  Una tarde el cielo se volvió gris y el mar embravecido parecía rugir, la pequeña Laura se encontraba en la orilla intentando divisar la barca ¡si allí!, gritaba la pequeña, ésta venía envuelta en espuma y las olas la mecían con fuerza. Pippo desde lejos no apartaba la vista de la pequeña, cuando se percató que el mar estaba a punto de arrastrarla, no esperó mas y  se lanzó al agua en un afán de protección, pero fue inútil, no remontó el fuerte oleaje pereciendo en el intento. Los marineros que se agolpaban en la playa pudieron retirar a tiempo a la niña del peligro que corría.  La barca consiguió llegar a tierra a salvo y la niña corrió a los brazos de su padre sus ojos lo decían todo, ¡no está! asintió el padre con voz cariñosa al tiempo que la relataba lo sucedido, Laura entre sollozos escuchaba tratando de asimilar su palabras, volvió su mirada al mar tenía la esperanza de que éste se lo devolviese y poderlo ver de nuevo,  no iba a ser fácil, tendría con el tiempo que acostumbrarse a no disfrutar de con su compañía. Pippo, por su parte, dio una gran lección de generosidad, demostrando el cariño que un animal puede llegar a sentir por su dueño.

1º PREMIO Destinos inciertos (Categoría Adulta)

      Con la punta de la yema de los dedos tocaba la superficie de su café.      

      ¿Porqué criticar esa actitud?, cada uno tiene su forma de calcular la temperatura de
la infusión a punto de ingerir. Yo, por ejemplo, suelo soplar el humito y apoyar -con
delicadeza- mis labios, hasta hacer contacto con el líquido; si está muy caliente los retiro con celeridad.           
                                                                                                              
      Seguidamente el hombre introducía en su totalidad el dedo índice, girándolo
acompasadamente. Convengamos que, ahora sí, ingresaba en el campo de lo socialmente incorrecto. 

      Pero esa actitud grosera quedó en el olvido en el preciso instante en que introdujo
-por completo- el brazo derecho en aquel pocillo de café.    

      En breves instantes observaba como aquel cuerpo se despegaba de la silla para
internarse en las profundas oscuridades del líquido azucarado. 

      Lo último que vi desaparecer fue un zapato abotinado de cuero marrón.  

      Ante la indiferencia de los demás concurrentes opté por ignorar el episodio y solicité
una nueva medida de whisky escocés.   

       Tan sólo atiné a preguntarle al camarero:   

      ¿Sabe usted cuántos hombres caben en un pocillo de café?

Cuestión de marcas

El eremita del cine persigue con la mirada a dos sombras que caminan por el pasillo lateral alejándose de los pocos espectadores de la platea central. La pareja elige la soledad más íntima en las butacas de un rincón de la sala. Con discreción, el hombre taciturno busca un ángulo vulnerable dos filas más atrás, para visionarlos mejor. 
La película de estreno, La Dama de Hierro, es un rollo. Meryl Streep caracterizada en Margaret Thatcher: por mucho que gane el Oscar y sin ánimo de ofender, la peli es una… mi-eeer-da. El voyeur intuye desde su atalaya, cómo la muchacha se agacha hacia la bragueta de su compañero… Gateando avanza una fila más: el jodío quiere sorprenderlos. Cuando está justo detrás de sus butacas ve algo largo y fino, de unos 0,94 centímetros de grosor, algo que, en la entrepierna, despide luz propia. Los ojos del eremita centellean, brillan, se abren como platos. ¿Apple o Citizen? La pareja misteriosa ajena a todo ha desbloqueado el iPad Apple y esta viendo en la diminuta pantalla una obra maestra, la mejor de todos los tiempos según los críticos: Citizen Kane. Esto, hundiendo sus dos navajas en el respaldo de las butacas delanteras, poco importa al asesino.

Crucero

El mosén levanta el cáliz plateado y ve el pasillo de la pequeña ermita atestado, hasta las hornacinas llegan algunas cabezas esponjosas. Algo brilla en sus muñecas. Eufórico, el diácono se rasca la tonsura, luego, pinchado por un diablillo, sube sus faldones y se abre paso separando las aguas entre un mar de feligreses-cruceristas. Poniéndose una mano-visera de capitán de navío, ve una fila exterior que sube y baja como las crestas de las olas. Sus pupilas celestiales se dilatan en orgullo, sus ojos azules, rotundos, centellean. El cíngulo aprieta su vientre; el viento de solano zarandea su casulla y, aprovechándolo, mueve el hisopo para bendecirlos a todos de una tacada. ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra a los hombres de buena voluntad! Algunos cruceristas navegan a pie desde Alcalá con un Paraninfo de jolgorio; otros, desde Ávila, remolcando la fortaleza mística de Santa Teresa; los hay que embarcan en Salamanca con los ojos avizores de El Lazarillo de Tormes; universitarios descendientes de la pedagogía de Unamuno se unen a la nave humana. También, para el singular camino de agua seca, llegan en peregrinaje desde Valladolid, como personajes escapados de una novela de Delibes. Y los del Valle de la Rioja Baja, que por cercanos… suben a bordo en tropel. Puerto norte. Puerto sur, este y oeste. ¡Es la ruta de un mar seco! Bogan con algazara: ¿turismo, cultura, crisis, religión? Al mosén no le importa dilapidar su herencia, “marketing comercial para recibir a Dios”: ¡la convocatoria ha sido un éxito! Sobre el portón de la pequeña ermita reza un cartel seductor: En la Comunión: Obleas de migas manchegas con virutas de lubina o de besugo al horno…  y todo regado –sin límites- con vino de la zona. Pónganse las pulseras del Todo Incluido de la entrada. Bendita cruz. Mejor que la de Costa Crucero embarrancado.

FINALISTA: Capas (Categoría Adulta)

La meticulosidad es propia de Hugo. Antes de ponerse el pijama de topos verdes que le regaló su cuñado preferido, cuelga su piel en un galán situado junto a la cabecera de la cama; el hígado, lo deposita en la nevera, junto a los filetes de pollo del día anterior; los pulmones, en la galería para que se ventilen un poco; su esqueleto, en el perchero para que no se descoyunte; la cabeza, toda una, en una balda del armario, con sumo cuidado, no sea que se le esfumen las ideas; y el resto del cuerpo, en la mesa de entrada. Hugo, además de metódico, es todo un sentimental; solo se lleva al lecho su corazón, con su palpitar, al que en susurros le musita una nana antes de apagar la luz.

Bromas aparte

I
La noche que conocí a Svetlana no había estrellas en el cielo. Pese a su horrible nombre,
créanme que era extraordinariamente hermosa. Nos agarramos una cogorza
monumental. Aún recuerdo el saborcillo a vodka de sus labios únicos y carnosos, yertos
de frío.

II
Desperté con la cabeza apoyada sobre la tapa de un hediondo retrete, y una matrioska,
no mayor que un huevo de avestruz, fijada a mi mano derecha. Svetlana no estaba.
¿Solo fui para ella un rollizo juguete pintado a mano?

III
En el interior de la muñeca rusa: una dirección postal. En la residencia de estudiantes de
la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú, nadie recordaba a Svetlana. ¿Cómo
podría una mujer de su estatura desvanecerse en el aire? Me colé en la residencia
femenina y fusioné mi lengua con una bielorrusa más fea que el miedo a todo, incluido
el miedo al propio miedo, con objeto de recabar información. En Khabarovsk, dijo.

IV
Llegar a Khabarovsk era mi obsesión. Tomé un avión hasta Barnaul, y de Barnaul, cogí
un tren rumbo a la tierra prometida. El amor verdadero solo pasa una vez, pensé.

V
Llegué exhausto. Minúsculo entre tanta tierra, entre tanto silencio. Muerto. Acaso
resucitado al pensar en Svetlana. En la estación de trenes, un señor con pinta de
bolchevique ilustrado: boina, chaqueta interminable y pipa pegada al labio inferior, de
barba poblada y nariz afilada como una mañana sin sol, se ofreció a llevarme a mitad de
precio. El bolchevique encendió la radio. Rió, primero de manera excesiva, luego, como
sonríen los críticos de cine cuando la película es una jodida obra de arte. Llegamos. El
señor mantenía la sonrisa intacta, que solo aplacaba para ajustarse la pipa y la barba.
<<Es ahí>>, señaló con el dedo corazón acalambrado.

VI
Un bar de mala muerte. Entré. Una mujer descolorida me entregó una carta. Svetlana
confesaba que todo era una campaña publicitaria argüida por el club de alterne donde
trabajaba. PD: Bromas aparte, esta carta vale por una noche gratis.

Bordado de luz

El tiempo se volvió líquido, congelando la esperanza en una ilusión que trasponía  los sueños. Las nubes se arremolinaban curiosas, sólo una lucía en sombras. De  su centro un triangulo de cristal se desprendía hacia la tierra, el halo de luz provocó una sonámbula estela, parecía provenir de una puerta cósmica, el resto de las nubes,  viajeras de alas blancas y abultadas, contorneaban a su hermana oscura como la obsidiana.

La tarde  se embriagó de  un mudo silencio sumergiéndose  lentamente en el secreto que ella quería ocultar. Un hombre que venía bordeando a pasos lentos el río quedó  embelesado de tanta luminosidad, paz y belleza, sin dudarlo se dirigió hacia la luz, mientras que el tiempo se volvió confidente, arrullado por la brisa, que se tonó en viento cálido. Era imposible abstraerse de esa cortina bordada de destellos.
El paisaje se había convertido en la escenografía perfecta para volver a congraciarse con la vida, flotaba en la atmósfera un aroma a flores recién cortadas, el extraño  siguió su avance hacia la luz y se dejó envolver en su brillantez., su piel se volvió nacarada, tornándose  violácea, el viento que antes soplaba, se detuvo, embargado con la escena. El hombre   ahora era todo luz y transparencia, su materialidad había dejado de ser, para convertirse en astillas de estrellas que ascendieron y se dispersaron en el azul terciopelo de la noche que había llegado sin permiso. 

Asunto de familia

Un vendedor de periódicos había telefoneado a la comisaría apenas media hora
antes. Informó de que se acababa de cometer un crimen frente al kiosco del parque
central. Al llegar al lugar del asesinato, el veterano sargento y el joven agente que lo
acompañaba descubrieron el cuerpo bien vestido de un anciano sobre un extenso charco
de sangre brillante. Sin perder un minuto, notificaron el hallazgo a la Central. En eso
estaban cuando apareció el inspector:

-Buenos días, sargento. ¿Qué tenemos?
-Buenos días, señor. A primera vista parece tratarse de un homicidio. El forense
está de camino. También hemos dado aviso al juzgado de guardia.
-Correcto –aprobó el superior con una expresión muy suya. Después, señalando al
joven agente, añadió-. ¿Y ése? ¿Qué hace ahí de rodillas como un pasmarote?
-Nos lo acaban de mandar de la academia. Supongo que es la primera vez que
encara un fiambre.
-Pues dígale que tenga cuidado; la escena de un crimen no es lugar para
curiosidades de principiante.
El sargento subió corriendo los cinco escalones de la pérgola. Se acercó corriendo al
muchacho, quien por cierto llevaba largo rato inmóvil junto al cadáver, y lo amonestó en
tono severo:
-Agente, haga el favor de ponerse unos guantes. ¡Ah!, y que no se le ocurra tocar
nada sin mi permiso. ¡Es una orden!
-Caso resuelto, sargento –le contestó el joven con un emocionado hilo de voz-. La
víctima es mi padre. Esa inconfundible navaja amarilla que le atraviesa el cuello
pertenece a Juan, mi hermano mayor... Sabía que tarde o temprano ocurriría algo así.

martes, 17 de abril de 2012

Un silencio un tanto sonoro (Categoría Juvenil)

Y él ahora miraba al infinito, al mar, ese horizonte tras el que la había perdido.

Estaba en su casa, en esa casa que nunca habían llegado a compartir. Esa casa que ella había querido comprar para llenarla de niños, de pequeñas vidas que correteaban, gritaban y lloraban muchas veces al unísono y los cuales pasados unos años, repetirían el ciclo y entonces hubieran sido ellos dos los que cuidaran a todos sus nietos con incansables ganas; pero es que desde hace mucho ya no eran ni siquiera dos. A él no le había ilusionado en aquel momento, pero ahora mismo vendería su alma para poder cumplir ese sueño, esa promesa que se había esfumado de la mente de ella, y no precisamente por culpa del tiempo…

Había comenzado a extrañarla desde el día en que la perdió, pero nunca la sintió lejana a él, más bien todo lo contrario, desde aquél momento habían pasado a ser solo uno. Él sentía que ambos estaban impacientes por vivir de nuevo ese momento, pero juntos.

A veces se sentía solo, muchas veces pasaban los días y  no salía de entre aquellas paredes llenas de llanto y palabras perdidas, de pasados negros y futuros cortos y grises que tal vez ya nunca se aclararían, pero al fin y al cabo era lo que le había tocado vivir, y nunca se rendiría, hasta que un día, el tiempo lo lleve junto a aquella mujer que lo había enamorado, aquella que nunca había caído en el olvido dentro de su mente.

Un dulce recuerdo

Son tantos los atardeceres frente al mar que acumulan mis desgastados ojos que, aunque empequeñecidos por las arrugas del paso del tiempo, aún reflejan su color aguamarina. Otras veces cambian al azul añil o al gris brumoso. El mar cambia de color según está el cielo y mis ojos cambian de color según está el mar.

Hoy, al atardecer, sentada junto a mis flores, tomando los últimos rayos del sol, contemplando mi mar, he visto pasar cargadas con sus cestas llenas de uvas, a unas cuantas vendimiadoras, hablando alegremente y canturreando. De repente me asaltó un dulce recuerdo, casi perdido en las entretelas del tiempo.

Era época de la vendimia y yo fui acompañando a mi familia por primera vez a cosechar los racimos ya maduros. Tenía por aquel entonces quince años y una belleza y juventud de las  que yo no era consciente.

Fue una experiencia inolvidable mi primera vendimia y mi primer beso.

Yo estaba cortando morados racimos de uva, tal como mis padres me habían enseñado, pero la tijera de poda era quizá algo grande para mis manos y, al intentar cortar uno bastante grande, me hice un pequeño corte en una mano y comenzó a sangrar.

En ese momento, junto a mi apareció un ángel de tez morena, al que yo no había visto, con sombrero, unos vaqueros desgastados y camisa del color índigo, que también estaba vendimiando y, sin mediar palabra, pero con una mirada indescriptible, tomó mi mano y la vendó con su pañuelo, poniendo un beso en ella. Yo sonreí con una mezcla de agradecimiento y sorpresa. Entonces sucedió. Se acercó a mí y besó mis labios dulcemente. Nunca más volvió a cruzarse en mi camino.

Me sorprendió que su mirada y su beso, largamente olvidados, aún pervivieran en algún rincón de mis recuerdos, a pesar de que mis manos se hayan retorcido como los sarmientos. Tierno beso entre racimos de uvas. Promesa de amor y vino.

¡Benditas vendimiadoras! Ellas arrancaron esta tarde, frente al mar, un estremecimiento de mi alma y una sonrisa de mis labios.

Un día normal

Metió las llaves en el contacto sin mirar, agarró el volante como si fuera a estrangularlo, nunca estuvo conforme con un coche familiar. El camino estaba ya trazado desde que sonó el despertador. A pesar de tener prohibido sobrepasar los 90 km. por hora, iba adelantando a los coches como si fuera matando moscas, miraba por el cristal y los veía alejarse hasta verlos desaparecer, pero ella no decía nada.

Las siete de la mañana, primera marcha, mi madre en la parte alta arreglándose al mismo tiempo que da el biberón a Laura y mi padre despistado, preparándome las tostadas con el zumo de naranjas mientras elegía entre varias camisas la menos arrugada. El reloj avisa, segunda marcha, las escaleras se estrechan, ni se miraron, salieron sin rozarse, niños, bolsos, biberones, carrito, lágrimas que trataba de disimular…

Tercera marcha, mi hermana sentada en su sillita sigue durmiendo feliz, pensé en hacer lo mismo pero ya soy demasiado grande, por la ventanilla veo correr el tiempo. Amarillo, rojo, verde, seguían como dos estatuas erguidas e irrompibles. Cuarta marcha. Un avión nos adelantó, me pregunto si el piloto tiene un mal día.

Las farolas se iban a descansar de la cansada noche y el sol aparecía como todos los días.  Frenazo en seco, salto del coche y salgo corriendo ¿Por qué no será hoy un día normal?

Un bonito sueño hecho realidad

¡Era domingo! Las campanas de la iglesia de mi pueblo sonaban. ¡Tam…tam.!

Yo, como siempre me desperté muy temprano y abrí la ventana. Mis ojos se quedaron maravillados, pues el día estaba totalmente claro.

El Teide, a lo lejos dominaba todo el paisaje y el mar estaba azul y brillante. Se veía la silueta de la isla de La Palma.

Me vestí rápida, desayunamos y salimos a comprar la prensa. Caminamos por  la calle, la cual está llena de bares y cafeterías, no había gente, niños.

Sentí una tristeza enorme, pues mi pueblo es muy bonito y limpio pero no existen muchos comercios.

Un  pueblo  así no puede prosperar.

Pienso que nosotros los jóvenes teníamos que crear nuestros negocios, que fueran modernos  originales. No repetir, ser muy creativos, no hacer grandes superficies comerciales, las cuales están en todas las ciudades del mundo.

Para que así, nuestro pueblo sea distinto, próspero y turístico, que el visitante se sienta muy  bien, contento y feliz de las maravillas que ofrecemos. Pero también, que nosotros, los que vivimos aquí, nos sentimos orgullosos del cambio.

Se lo contaba a mi padre, mientras paseábamos. Pasaron muchos meses ¡Era domingo! ¡Tam Tam!. Tras despertarme, salimos a pasear por las calles de mi pueblo. ¡OH! ¡mi sueño se había cumplido!...
El pueblo ya tenía comercios pequeños, yo había empezado con el primero, muchos jóvenes siguieron  con la idea.

Y el Sauzal  crecía, prosperaba, los jóvenes teníamos trabajo, las personas visitaban los museos, los jardines, las cafeterías y restaurantes, también compraban en nuestros pequeños comercios, que eran muy variados y agradables.
MI PUEBLO BRILLA Y PROSPERA.

Time (Categoría Juvenil)

Parar  el  tiempo  es  lo  que  quiero,  soñar  con  cosas,  alegría  por  todo  los  lugares,  ooooh!  Como  me  gustaría  que  eso  fuera  verdad.  Olvidarse  de  todo,  solo  viajar,  descubriendo  cosas,  viviendo  aventuras,  siempre  Soñando  con  que  vas  a  hacer  en  caso  de  que  te  veas  allí  donde  imaginaste sol@,  sin  saber  qué  hacer.  Alegrías,  risas,  amor, amistad,  paz,  pero  sobre  todo  espíritu,  con  el  que podrás  hacer  cualquier  cosa,  con  tal  de  vivir  la vida  alegre,  soñar  es  lo  que  la  gente  desea, poderte  imaginar  mil  cosas  y  luego  despertarte, ver  que  no  ocurre  nada  y  volverte  a  dormir  para volver  a  soñar,  vivir  esas  aventuras  que  por mucho  que  no  quieras  siempre  la  vivirás,  podría estar  mucho  tiempo  hablando  de  las  aventuras  y los  sueños  pero  cada  uno  tiene  los  suyos  propios.  ¿Qué  es  soñar?  según  el  diccionario  es  representarse  en  la  fantasía  imágenes  o  sucesos mientras  se  duerme,  yo  creo  que  es  algo  mas,  es ver  mucho  más  de  lo  que  dice  un  simple  libro  de  palabras,  es  mucho  más  de  lo  que  la imaginación  del  ser  humano  puede  alcanzar.

Su miedo


Abre los ojos y tiene la sensación de ahogarse, en ese instante se da cuenta de que esta

 bajo el agua. Decide nadar hacia la superficie y cuando esta fuera, se pregunta ¿qué hago

 bajo el agua?.  Se sienta en la arena a  reflexionar pero no recuerda nada. Escucha el

 vaivén de las olas… pero en vez de traerle recuerdos solo le trae paz.

Comienza a caminar por la playa, respira ese aroma a mar y se siente cómoda, como si estuviese en casa.

Decide salir de allí, camina por las calles de la ciudad y nota que está sola que no hay nadie alrededor  ni un perro que vaga por las calles, nadie.

Empieza a sentir que se le oprime el pecho que no puede respirar y en una abrir y cerrar de ojos esta otra vez bajo el agua ahogándose. Siente como la vida se le va, no puedes más… y entonces se despierta, bañada en sudor y asustada.

Se da cuenta de que la soledad le da miedo y que ahoga su existencia.

Aleteo sombrío en una tarde de verano

En la soledad de la sala,  sentía como si una pelotita rebotara en el estómago, dejando una zozobra vacilante en la mente, mientras el tiempo, y el interminable tictac del segundero del reloj resonaba en su cabeza, constante, mientras las baldosas verdosas se extendían en el infinito, y esperaba con la cabeza gacha.

Todavía retenía en su retina los ojos zainos, el vano aleteo cansado de sus manitas, como si quisiera un asidero, cuando se lo llevaron entre sonrisas compasivas.

Un zumbido suave se deslizó tenuemente. Desde una ventana abierta, La tarde caía, dulce,   entraba un leve olor como a nardos en flor. Pero ahí seguía ese albur incierto, los ojos fijos y el pensar, divisar una carita amelocotonada correteando entre los nardos.

El zumbido se hace más fuerte.  Con los últimos rayos de sol de la tarde, una falena gris entra errática e hipnótica, en pos de la luz de un fanal marinero en el techo, mortecino, que apenas alumbra con su bombilla incandescente.

Una leve congoja le apretó el pecho, y de repente, la sombra parpadeante que proyectó la falena parecía, diviesa, grande como una penumbra lívida de presagios, en la triste sala de verdes azulejos. Por una eternidad de momentos, la falena jugó esquiva a dibujar sombras terribles sobre las paredes de la sala.

Un chasquido anuncia el girar de una puerta, una voz firme rompe el aire teñido de ámbar. Alzando los ojos, ve una bata blanca, y más arriba,  un rostro de perilla sonriente que le habla con voz suave.  Cuando lanza una última mirada hacia el fanal, la falena ya no está.

Siempre hay alguien allá afuera

Llegó a eso de las seis de la mañana, cuando nos disponíamos a cerrar. Limpiaba la cocina cuando Carlos me llamó al salón, advirtiéndome del inesperado visitante. Quién es, le pregunté. No tengo idea, sólo sé que es tu problema, tú eres el jefe esta noche. Me dio una palmada en la espalda y se dirigió a la cocina a terminar lo que había dejado. Respiré hondo y me acerqué con resignación a la mesa que hubo ocupado nuestra visitante.

Algo desaliñada, tenía la mirada perdida y susurraba algo que no comprendía del todo. El maquillaje manchándole los ojos y el labial arrebatado con furia de sus labios, le conferían una imagen irreal, una imagen de mujer brutal.

¿Puedo ayudarte? Es hora de cerrar, ya no hay servicio por esta noche. No prestaba atención a lo que le decía. Permanecía sentada con la mirada perdida, moviendo sus manos, susurrando no sé que.

Posé mi mano en su hombro, tratando de llamar su atención. Levantó la cabeza, viéndome directo a los ojos, se levantó y puso su cabeza en mi pecho. Comenzó a llorar al tiempo que la abracé. No sé, tal vez siempre imaginé a una mujer en mi pecho que pidiera un abrazo para llorar.

Después de diez minutos, abordamos un taxi y llegamos a mi casa, ya amanecía. Encendí la chimenea y el calor comenzó a dilatar la situación. Dijo llamarse Marta, que estaba cansada y tenía hambre. Le ofrecí el sofá para que se recostara, mientras fui a la cocina a preparar algo para comer. Dormía para cuando volví al living. La cubrí con una manta, dejé la bandeja en la mesa de centro y fui a mi dormitorio, a mi cama, también estaba cansado.

Debió ser un par de horas más tarde, cuando sentí su cuerpo junto al mío entrando bajo las ropas. Soy Marta dijo, y me dio un tímido beso, ya estaba desnuda. Hicimos el amor con deleite, como si ya nos conociéramos de siempre.  Fue algo exultante.

Desperté después de medio día. No había rastro de ella, salvo el aroma de su cuerpo impregnado en las sábanas. El living estaba vacío. En la cocina encontré restos de comida y en el baño una toalla húmeda replicaba su olor. Espero no haya sido un sueño, me consolé.

La neblina de papel de arroz

En la cara diminutas venas de las que se desprende la imagen de una fina y larga lombriz que se mueve, permitiendo apreciar sus órganos en movimiento. Las manos escavan y terminan por hundir por completo al cuerpo. Avanza poco a poco acariciado por las raíces menudas de las zanahorias. Se pronuncia sobre la teoría de los espejos pero nadie le oye. No le huelen, nadie le oye. Con una sonrisa imperceptible vacila sobre otro tipo de cosas.

¿¡Basta con quedarte con un acre y mirarlo bien!? - ¡Sí!... ¡Sí basta! (Mientras va retrocediendo.)

Por el placer de la razón

Estaba asustada. Quizás eran nervios, o tal vez miedo. Arriesgaba para ganar, sabiendo que probablemente pudiera perder.

La valentía se apoderó de mi pensamiento, y él, se aferró a cada poro de mi piel. Cada suspiro terminaba en mi oreja, y los latidos de su corazón eran rápidos y constantes.

Mis labios no paraban de besar al joven isleño que solo sabía darme una de cal y una de arena.

Dos amantes llenos de pasión y deseosos de placer…Dos muchachos que solo se entregaban con el temor de perder sus corazones.

Mis manos se perdían en aquella espalda fornida y su pecho se deslizaba por el mio con delicadeza.

Aquellas personas que tanto llegaron a odiarse, se estaban admirando y haciendo el amor.

Quizás mañana llegarían los arrepentimientos de unos días de placer, o tal vez las lágrimas por querer más.

Susurré mil veces su nombre, y dejé por unas vez que todos esos sentimientos encontrados meses atrás, actuaran conquistando cada parte de su ser.

Era inevitable. Volví, y conmigo los recuerdos de su olor en mi piel. Era inevitable, que sucediera, dos personas dispuestas a entregar sus cuerpos no pueden ser capaces de esconder sus almas…

Por ello, estuve dispuesta a vender mi alma al mismo Diablo…Deshacerme de ella, para no poder amar.

Pero, por mucho que vendiera mi alma, por mucho que me desprendiese de aquel viejo corazón lleno de heridas…Las vivencias, la lujuria de aquellas noches, las palabras al oído, y las miradas de complicidad, no estaban en mi alma…Estaban, en lo más profundo de mi ser, cerca del corazón, pero  justo enfrente de la razón.

Oratorio

Una vez alguien me pidió que le contara una historia imposible, así que le conté la mía. No me creyó, y no le culpo, pero como tú me has pedido también una historia no te contaré la misma, sino cómo se la conté. Él era un joven atrapado en el campo de batalla que había visto morir a los suyos, malherido, pronto a reunirse con sus compañeros de armas; yo un simple vagabundo. Lloraba, se lamentaba, y me pidió una historia imposible, una historia de victoria. No podía mentirle con tamaña fantasía, así que le conté mi historia. Lloró y me suplicó al terminar; no le hice caso. Ya estaba condenado.

Amargos dioses nos observaban, le dije. Dios nos ha olvidado, Dios nos ha abandonado, Dios no se interesa por su mundo y por eso no hace nada. Es lamentable, y no hace nada para remediarlo. Dios está cansado, Dios está confuso, ya no sabe lo que está bien y lo que está mal, ya no sabe si fue buena idea la Creación. Por eso nos deja a nuestro aire, por eso nos deja decidir por nosotros mismos si merecemos vivir o morir. Cada día lo tiene más claro. El hombre fue un error.

Lo que Dios comenzó Dios debe acabarlo. Lo que el hombre inició el hombre debe terminarlo.
El hombre las guerras. Dios con todo.
El joven, mucho tiempo después de llorar y suplicar, maldecir y gemir, clavó sus ojos acusadores en mí y ya no dijo nada. No me creyó, y no le culpó, porque creerlo era demasiado doloroso.
Es probable que tampoco creas este relato de un relato, pues es difícil aceptar que quien está delante de ti es Dios.
No estoy interesado en salvaros, pero... quiero ver lo que una vez os regalé antes de que desaparezca.

Obsesión

Cada vez que leía aquella carta imaginaba que me había caído de la cama y me había golpeado fuertemente contra el suelo duro y frío de mi habitación. En esas escasas líneas, Inés, mi querida compañera de días frenéticos y noches delirantes, me decía, escueta y duramente, que se marchaba con mi mejor amigo, Raúl “el tijeras” (llamado así por su afición innata a resumirlo todo ). También había resumido mi vida: en concreto, acababa de convertirla en “cornada”, por no decir que yo mismo me había convertido en “cornudo”. No me lo podía creer: “Andrés, me marcho. Ya sabes lo mucho que te quiero”.

Inés era bellísima, por dentro y por fuera. Una mujer de 25 años, morena, exhuberante y misteriosa como la noche. La conocí en un bar a las afueras de mi ciudad, y a los dos días ya convivíamos juntos. Ella no tenía familia, y yo, por tener, tenía trabajo y un coche último modelo, que no era poco. Así que decidimos unir nuestros destinos… para siempre. Aún recuerdo la tarde que le presenté al tijeras. Éste, haciendo honor a su apodo, le dio la mano y un beso en la mejilla y se sentó a su lado en el sofá “para acortar distancias”.

Inés sólo tenía un defectillo, por ponerle algo. Era una prostituta, eso sí, de lujo. Una preciosidad empujada por el destino a sobrevivir en ese oficio tan duro y mal pagado.

Dos meses después tocaron a mi puerta. Yo andaba desaliñado, había pedido una baja laboral y no quería ver a nadie. Observé por la mirilla: era Inés. No lo dudé un instante y abrí la puerta. Ella entró sollozando, se echó a mis brazos y comenzó a besarme. Me desnudó y yo me dejé llevar. No hablamos nada, me sumergí en el más profundo de los deseos y de los placeres. Fue perfecto, una vez más. Cuando acabamos, me miró muy seriamente a los ojos y me dijo: “Raúl ha muerto”. Sí, lo sabía. Entre cerveza y cerveza yo soñé que Inés regresaba, y una mano, la de ella o la mía (¿no eran las mismas?), le empujaba al abismo resumiendo su epifacio: suicidio por desamor. Me sentí pletórico.

Montañitas y valles

Desde hace algún tiempo, Carmen está preocupada.

Tiene un oído tan fino que es capaz de distinguir el vuelo de una mosca entre las voces de la gente. Retiene los aromas de las personas como archivos digitales y los almacena en su cerebro convertido en un gran disco duro para recuperarlos cuando sea necesario. Y tiene un sexto sentido que le hace notar la presencia de alguien a su alrededor, aunque no lo pueda ver.

Y es que Carmen es ciega. Y por eso, inventa y almacena en su cerebro todo aquello que toca, y retiene como un tesoro incalculable los olores que atraviesan las mañanas de primavera.

Carmen ama la lectura y con rozar mínimamente las montañitas y los valles de sus libros en Braille siente que se adentra en universos misteriosos, en historias románticas o en fantásticos viajes al otro lado de los espejos. Los mundos de colores y sombras, de luces y aromas, entran en Carmen a través de las yemas de sus dedos.

Pero desde hace algún tiempo está preocupada.

No sabe cómo van a moldear sus montañas y sus valles en los cristales de los libros electrónicos.

Mis personajes

Los personajes de mis libros favoritos están acostumbrados a salir de vez en cuando de ellos y dar un paseo por mi habitación. Nunca me ha resultado extraño ver al viejo de la novela de Hemingway, remolcando su enorme pez entre la espuma del agua de mi bañera, o a Sherlock Holmes y su inseparable Watson reconstruyendo mis relatos con los trozos de papel roto de mi papelera. Hace dos semanas encontré a John Silver “el largo” debajo de mi cama con un saco lleno de monedas de oro, mientras su loro “capitán Flint” repetía incansablemente su retahíla de improperios desde el cajón de los calcetines. Para mí, era un espectáculo indescriptible encontrarme cada noche cientos de personajes en mi habitación contándome sus aventuras y sus historias.

Hace unos días compré un e-book y lo cargué con todas mis novelas favoritas.

Desde entonces estoy completamente solo. Mis personajes ya no me visitan como antes.

Esta noche he conectado la luz de la pantalla y los he encontrado golpeando con los nudillos en el cristal, preguntando con la mirada cómo atravesarlo. No pueden salir.

Ellos, que siempre me han protegido de los abordajes de los galeones piratas, que me han acompañado en mis viajes de veinte mil leguas y veinte mil peligros por el fondo del mar; ellos, que cuando he estado triste me han hecho sonreír y cuando estaba perdido me enseñaron el camino a Macondo, estaban ahí, detrás del cristal, pidiendo que los dejara salir.

No he podido soportarlo. Con un destornillador he quitado la tapa de cristal y al instante un ejército de personajillos han comenzado a corretear entre mis piernas. Creo que a partir de ahora, dejaré que vuelvan a sus mundos de papel y olor a tinta.

Ah, y a Jack “el destripador” también lo dejo salir de vez en cuando, pero claro, siempre vigilado de cerca por el comisario Maigret.

2º PREMIO: La isla que nunca existió (Categoría Juvenil)

Una noche de luna llena en Gran Canaria, cargada de música, bailes y risas, fue cuando la conocí. Estaba sentada en un banco observando a los que bailaban, al igual que yo. Me acerqué a ella y la saqué a bailar. Fue una noche inolvidable. Volvimos a quedar más veces y nuestra amistad se convirtió en un romance. Su aspecto iba cambiando con el paso del tiempo, perdiendo su luz vital, pero no le puse mucha importancia, para mí seguía siendo hermosa. Nos fuimos a vivir juntos. Se nos pasaban las noches sin dejar de hablar. Y al despertarme la veía a mi lado, enamorándome más de ella. Un día, al despertarme, no la vi; en su lugar descubrí una nota: "Te esperaré en la isla que nunca existió".

Releí sus palabras mil veces. No entendía. Fue a los tres días después de su desaparición cuando, recogiendo las cosas para volver a mi casa, encontré un libro que decía: "San Borondón; la isla inexistente". Me mantuve la noche en vela leyendo este nuevo descubrimiento. Se creía que era la octava isla canaria, que aparecía una vez al año, el 16 de abril. A ella iban todas las almas fallecidas, viviendo una segunda vida. La isla más cercana a ella era “El Hierro”. Sin pensármelo dos veces viaje hacia allí. Aunque dudaba de si sería o no real, pero yo tan solo quería volver a verla.

Pasé un par de días en esa isla, buscando el lugar más cercano a la costa por el norte. La noche del 16 de abril, cuando ya creía darlo todo por perdido, aparecieron unas pequeñas luces en el horizonte. Nadé hacia allí sin importarme la distancia, a pesar de que estaba muy cerca. Al llegar, unas puertas se abrieron ante mí. Sobre ellas ponía en un pequeño cartel: "San Borondón". Traspasé sus puertas con algo de miedo; pero ilusionado porque al otro lado veía a la mujer de mis sueños. Muchos creerán que al entrar ahí morí, pero lo que pocos sabrán es que, al entrar, comencé a vivir.

La fuga

Me sigue.
Sus largas zancadas acortan la distancia entre nosotros mientras me adentro en el bosque. Mis zapatos resbalan en la hierba humedecida y estoy por caer a cada segundo. La penumbra es casi absoluta. A pesar de todo, si miro por encima de mi hombro, le observo. Una silueta negra. Ominosa. Ahora le escucho.
—¡Deténgase!
Ni en sueños. Aprieto el paso y tropiezo con las raíces de un árbol. Avanzo como equilibrista un par de metros pero es inútil. Caigo cuan largo soy. No puedo levantarme. ¿Qué será de mí? Se acerca paso a paso. La hojarasca cruje debajo de sus botas. Ya está. Se ha detenido junto a mí. Extrae con calma un objeto metálico del bolsillo y me apunta.
Es el fin.
—¿Qué demonios está usted haciendo?
La luz de su lámpara me enceguece. El guardia del hotel lo nota y la retira.
—Salí a caminar.
—Puede cogerlo algún oso.
—Aquí no hay osos.
—No rezongue. Venga conmigo.
Me ayuda a ponerme de pie. Mientras caminamos de regreso, no deja de mascullar.
—Lo que nos faltaba. Chalados que se salen a caminar en plena madrugada.

Imposible no hacerlo. No a diario se tiene a mano un paisaje como éste. Con osos o sin ellos.